lunes, 31 de mayo de 2010

Veinticinco años de repugnancia

Hace ya 25 años, pero aquellos días quedaron grabados en mi memoria para siempre. No era la primera vez que eso sucedía en Navarra ni tampoco, desgraciadamente, la última. Pero sí recuerdo la conmoción de todo el mundo porque era la primera vez en Navarra que la víctima era un niño. Yo tenía entonces 10 años y habían matado a un niño de mi colegio.

Una bomba trampa de la banda terrorista ETA colocada en un portal de la bajada de Javier asesinó al agente de la Policía Nacional, Francisco Miguel Sánchez, y a mi compañero de colegio, Alfredo Aguirre Belascoáin. Aquel asesinato sacudió el final de mi infancia y la vida de todos los alumnos del Colegio San Ignacio de los Padres Jesuitas de Pamplona.

Todos habíamos sido educados en el Colegio San Ignacio y por nuestras familias para distinguir de forma clara y sencilla entre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Por eso casi nadie pudo entender cómo alguien podía ser capaz de asesinar a un niño de 14 años, víctima de una bomba-trampa.

Aquel asesinato nos hizo espabilar y aprender que en el mundo había gente que despreciaba el derecho a la vida de los demás. Pero también que la gente de esa calaña actuaba en la calle de al lado. Recuerdo que los profesores no sabían qué decirnos, ni qué explicación darnos ante tal sinrazón. Fue la primera vez que tuve noticias de la existencia de la banda terrorista ETA. Yo no era consciente, ni tenía capacidad entonces, para entender la sinrazón de su existencia. Menos aún podía entender la actitud de ciertos políticos de la época que no condenaron el atentado -y que hoy, por fortuna, han rectificado-. Pero sí recuerdo la repugnancia que desde aquel día me producen las tres siglas de la banda asesina.

Recuerdo como una de las imágenes imborrables de mi vida el funeral multitudinario que tuvimos en el patio del colegio, que acabó con una gran cantidad de niños llorando, desconsolados por la pérdida de un compañero y porque no podíamos entender que hubiera individuos capaces de hacer semejante daño. Tampoco nos explicábamos el porqué de tanto odio.

Hace ya 25 años, pero creo que ni yo ni nadie en Navarra deberíamos olvidar aquel asesinato. Sobre todo, porque a pesar de todo el tiempo transcurrido, seguimos sin conseguir encontrar razones válidas ni a ese, ni a ningún otro asesinato. Algo, desde luego y por fortuna, ha cambiado en todo este tiempo: los terroristas, su entorno, quienes les jalean o justifican ya no cuentan con ninguna base social ni política. Algo que no ocurría por desgracia hace 25 años y que es la clave para que desaparezcan de una vez los asesinos de ETA. Aquellos que mataron a un niño de mi colegio.
Publicado en Diario de Navarra, 30 de mayo de 2010.

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