Tenemos en Navarra un eurodiputado nombrado para cinco años. Ya se ha cumplido el primero de los cinco, y nos quedan otros cuatro años más de compromiso directo y creíble con todos los navarros, tanto con quienes fueron nuestros electores, como con quienes no lo fueron.
Ya se dijo entonces que el PP era el único partido navarro que tenía la facultad de tener un navarro en sus listas y de poder representar de forma directa a Navarra y a los navarros en las instituciones europeas; y ahora, me reafirmo en la citada aseveración: sólo el PP pudo y puede representar en la legislatura de 2009 a 2014 de modo directo y fiel a los navarros.
De hecho, hemos venido defendiendo que es imprescindible el hecho de contar con un representante navarro en las instituciones comunitarias, que son las que legislan alrededor del 70% de las materias que afectan a nuestra vida cotidiana, a las normas que condicionan nuestro día a día.
Reconozco mi excesiva juventud, mi limitado bagaje político (tan sólo un año de los cinco de legislatura), y mi falta de experiencia en la gestión pública, pero creo que, al margen de esos “handicaps” propios de la edad, para la responsabilidad de eurodiputado, se precisa en ocasiones de la ilusión, de la energía y de la vitalidad, que son características típicas de los jóvenes que nos metemos en política.
La semana pasada pude comprobar una vez más las grandes posibilidades que tenemos los eurodiputados de luchar por los derechos e intereses de diversos sectores arraigados en nuestras regiones de origen. A título de ejemplo, a favor del sector agroalimentario navarro, pudimos implicar al Grupo Popular español, que no dudó en ayudar a Navarra, y a su vez, los populares españoles comprometimos el voto de todo el Grupo Popular del Parlamento Europeo.
Cada día me doy más cuenta de la cantidad de cosas, a veces imperceptibles, que pueden llevarse a cabo en esta institución, por el interés de los europeos, de los españoles, y si se me permite, de los navarros en particular.
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